Comentario
La indecisión lingüística que se manifiesta en esta primera etapa constructiva de las obras reales, se resolvió de forma decisiva con el replanteamiento de las mismas al nombrar Felipe II a Juan Bautista de Toledo arquitecto de las obras reales en 1559. Esta decisión personal del monarca supuso un cambio cualitativo en la orientación estilística de la arquitectura española, en un momento en que con la llegada de Juan Bautista de Toledo a la corte se estaba definiendo un plan general de intervención para Madrid y sus alrededores, que tendría en El Escorial su formulación más perfecta.
Como ya ha analizado J. Rivera, después de un período de formación italiana y de unos años de actividad profesional en Nápoles y Roma, Juan Bautista de Toledo llega a España con la misión de dirigir el conjunto de las obras reales y de formular un tipo de arquitectura sencilla, austera y monumental en sintonía con los ideales de la Contrarreforma. La identificación de Juan Bautista de Toledo con los intereses de la corona no sólo se reflejó en la implantación del clasicismo en la arquitectura española -un clasicismo deudor de las teorías de Serlio, pero sobre todo, de la "Regla de los Cinco Ordenes" de Vignola-, sino que se manifestó adecuadamente en el ensayo y desarrollo de tipologías constructivas que, como el palacio o la villa de placer, tuvieron importantes consecuencias en obras posteriores. Si comparamos la disposición del alcázar de Toledo y del palacio de El Pardo donde se había ensayado previamente un tipo de palacio-fortaleza -de planta cuadrada, con patio central y cuatro torres en los ángulos, cubiertas por chapiteles- con la prevista por Juan Bautista de Toledo para el Palacio Real de Aranjuez, podemos apreciar el gran cambió que se opera en las obras reales a partir de 1560. La novedad de esta propuesta radica no sólo en su alejamiento de las tipologías militares que habían inspirado las construcciones precedentes, sino en la formulación de un tipo de palacio en el que se establece una nueva relación entre arquitectura y naturaleza, al utilizar la crujía principal del edificio como medio para regularizar y ordenar un espacio natural, formalmente ajardinado, a la vez que sirve de fachada representativa al edificio.
Por otra parte, las construcciones de la Casa de Campo de Madrid y los palacios reales de Aranjuez, El Pardo y Valsaín, dotados de amplios jardines y de grandes superficies arboladas, se diferenciaban de los edificios representativos de Madrid y Toledo por sus funciones lúdicas y ser lugar de apartamiento y recreo del monarca y la familia real. Pero si en El Pardo y la Casa de Campo todavía son frecuentes los elementos de la arquitectura tradicional española, y en Valsaín se recurrió a determinadas soluciones de la arquitectura flamenca, en Aranjuez las novedades aportadas por Juan Bautista de Toledo en el palacio y jardín de la Isla, y las intervenciones realizadas en su entorno por Juan de Herrera y Juan de Minjares definen un conjunto con un claro sentido urbanístico en el que se establece una correcta relación gradual entre el campo, los jardines formales y la arquitectura. Este control de la naturaleza, que tiene sus raíces en el mundo clásico y en Italia, responde a fines muy diversos que van desde la concepción paisajista del jardín hasta un concepto más utilitario de la naturaleza -presas, molinos, piscifactorías, cazaderos, preservación del ambiente natural, etc.- sin olvidar los usos lúdicos de estos conjuntos que, con sus fuentes, esculturas y artificios, se relacionan con el mundo sofisticado de los jardines manieristas.
Todo este conjunto de intervenciones en torno a Madrid, Aranjuez y El Escorial se plantearon, como ya indicara F. Checa, como una verdadera política de ordenación del territorio teniendo en cuenta las distintas posibilidades de cada una de estas zonas. El proyecto de Juan Bautista de Toledo para hacer navegable el Tajo en los alrededores de Aranjuez o la canalización del Manzanares planteada años más tarde por Francisco de Mora, son sólo algunas de las realizaciones prácticas que reflejan, en parte, la gran actividad de las obras públicas durante este reinado, que tuvieron su base teórica en determinadas obras como la "Geometría práctica" de Oroncio Fineo o los "Ventiún libros acerca de los ingenios y las máquina"s de Juan de Lastanosa. Simultáneamente, se procedió, como en Valsaín y en los montes de El Pardo, a la ordenación de los antiguos cazaderos y a la plantación de grandes superficies arboladas como en la Casa de Campo, aprovechando la explotación de extensas dehesas como las de la Herrería y el Quexigal, próximas a El Escorial, para atender las necesidades de la corte. Igualmente se emprendió por entonces el trazado de caminos, generalmente arbolados, y la construcción de puentes como el del Guadarrama para comunicar las distintas casas reales del monarca.
En este sentido, las intenciones de Felipe II no se centraron exclusivamente en torno a Madrid, sino que se dirigieron a articular una política de ordenación del territorio que, a escala nacional, vendría a atender las necesidades estratégicas y de infraestructuras de un estado moderno. A tal efecto, el monarca se rodeó de un nutrido grupo de ingenieros italianos, que iniciaron un gran número de proyectos que por diversas razones quedaron interrumpidos, como los realizados por Juan Bautista Antonelli para canalizar los ríos de España y para hacer navegable el Tajo desde Lisboa a Madrid. Esta relación entre arquitectura e ingeniería, estudiada recientemente por N. García Tapia, tuvo un campo privilegiado de experimentación en la construcción de defensas y fortificaciones que, debido a los problemas de seguridad del imperio, hubieron de afrontarse con todos los recursos al alcance. En esta actividad destacaron varios miembros de la familia Antonelli, que se ocuparon de reforzar gran parte del sistema defensivo del Levante español y de las posesiones del Norte de Africa, Juan Bautista Calvi y Leonardo Torriano, autores de una minuciosa descripción topográfica de las Islas Baleares y Canarias, respectivamente y, sobre todo, Tiburcio Spanochi que, además de realizar un amplio informe sobre el sistema de defensas de los Pirineos, proyectó un gran número de fortificaciones para garantizar la seguridad del imperio.